Nuestros locos bajitos

Llevamos tres días con temperaturas primaverales. Aquí asoma un rayo de sol, y montan el aula en el jardín entre el ir y venir de las ardillas.

Retomamos, con el impulso de una atracción de parque, las clases de nuestra segunda semana de campamento. Acoplados, confiados, contentos…todo fluye. Servidora lo palpa en el ambiente, observa y disfruta. Se dejan caer por «mis oficinas» o me lanzan gritos desde la escalera, saludando. Siempre con la puerta abierta. Para que nunca se olviden que estoy por y para ellos.

La inmersión está siendo ya total. Hemos pasado de sentenciar en nuestra primera media hora en que pisamos campus: «aquí la gente es muy rara» ,  a tener amigos de todas partes, con una estética y cultura diversas. Mimetizándonos totalmente con el ambiente incluso si ello requiriera ir con chancla y calcetín. Como si el mismo John Galliano se hubiera colado en nuestro armario. Esa ha sido nuestra evolución.

Nos hemos dejado por el camino muchos prejuicios. No hay como  querer conocer, para agregar novedades en nuestra vida y respetar lo diferente. Incorporar un nuevo sentir, pensar y hacer. Cada uno desde su punto de partida, pero todos dándonos oportunidades de crecimiento. Como decía Serrat, con los ojos abiertos de par en par.

Clases de inglés para darle rigor a nuestro aprendizaje y uso de la lengua, conocer otras metodologías de enseñanza, pero todo ello con una puesta en práctica  de diferentes escenarios reales, como la vida misma. Desarrollando habilidades para la vida. Una educación holística. 

Tras las clases de inglés, nos adentramos en una tarde de multiactividad donde las manualidades, el fútbol y el tenis, ocuparon lugar relevante. Que se lo digan a los juanetes de servidora, que recorrió 14 kilómetros en la jornada de hoy para poder cumplir con su reportaje.

Poco más que contar de nuestros locos bajitos, queridos padres. Salvo que hoy, son más grandes que ayer.

Luces apagadas. Los Tesoros duermen.